Lágrimas sanadoras

En nuestra sociedad, a los hombres en particular se les ha transmitido el mensaje de no llorar, esconder su dolor y poner cara de valientes. Lo mismo les pasa a algunas mujeres de nuestra época, quienes al tener que competir en el mundo masculino, han aprendido a reprimir sus emociones con tal de conservar una imagen “profesional”; y a los jóvenes de ahora, que en algunas ocasiones prefieren tragarse lo que sienten con tal de ser alivianados y “cool” para sus amigos.

Encerrar los sentimientos es una medida de protección que todos hemos usado en algún momento de nuestras vidas para evitar que nos vuelvan a lastimar. Y si el dolor es demasiado profundo, entonces escondemos lo que sentimos, incluso de nosotros mismos.

Lo malo de congelar el corazón es que no sólo deja de sentir desdicha, sino que tampoco es capaz de percibir alegría o plenitud. Entonces nos volvemos fríos y rígidos, porque sabemos que con un movimiento en falso el dolor podría desencadenarse de nuevo.

Además, lo único que hace un corazón frío es aislarnos del mundo e impedimos fluir por la vida con ligereza, ya que todo el tiempo estamos defendiéndonos del calor del amor, pues éste derretiría nuestras defensas y entonces seríamos vulnerables.

Para estos casos, la única medicina son las lágrimas: sólo ellas son capaces de derretir el hielo de nuestro corazón. No hay ninguna razón para avergonzarnos de ellas, con el llanto liberamos el dolor de una manera amable y suave hacia nosotros mismos, y así, poco a poco, lágrima a lágrima, las heridas van sanando y el corazón por fin vuelve a estar listo para sentir el calorcito de la felicidad.

 

TOMO No. 101
30 de Marzo de 2009
Portada: Bárbara Mori
Entrevista: No Hubo
Carta Editorial: Lágrimas Sanadoras